Solemos pensar que a los futbolistas o a los directores técnicos profesionales se los contrata para ganar. Parece lógico cuando se trata de un juego en el cual el objetivo es tan simple como hacer un gol más que el oponente. Pero eso no es tan así. Los profesionales llegan a tener ese rótulo no porque garantizan victorias, sino por ser los que supuestamente saben cómo hacerlo. Los que pueden competir a ese nivel. Sin embargo, la receta para conseguir resultados es tan misteriosa que nadie pueda apropiársela. Eso es lo apasionante.
Cada liga tiene su especificidad y sus compeljidades. En un fútbol como el de la Major League Soccer, en el que el límite de salario equipara el nivel de los equipos y en la que todo se define en un sistema de playoff, ¿cuál es la receta para ganar?, ¿procesos cortos o largos?, ¿estilo dominante, híbrido o contragolpeador? Hagamos un intento por desentramar el misterio. Al final del texto, veremos si aparecen respuestas o si se agigantan las dudas. Hoy me juego a ganador.
De más está aclarar que sin buenos jugadores no hay absolutamente nada que pueda funcionar. El fútbol es el futbolista, el intérprete que concreta las ideas dentro del campo. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y la modernidad empareja los recursos para competir, marcar la diferencia requiere de un grupo de trabajo más completo. No alcanza con juntar a quince buenos jugadores y dejarlos hacer; se necesita una dirigencia astuta, un grupo de scoutings, un cuerpo técnico preparado y firme en su idea de juego, un plantel competitivo, y algo de buena suerte también.
LA Galaxy fue campeón de la Major League Soccer por última vez hace diez años, bajo la conducción de Bruce Arena, en un ciclo que duró nueve temporadas y dejó una huella indeleble en el fútbol norteamericano, con tres títulos conseguidos. Tenía un estilo bien marcado: nombres importantes –Landon Donovan, David Beckham, Robbie Keane, entre otros– y un juego más bien híbrido, esto es, sin dominar demasiado la posesión ni el campo rival, pero a la vez sin estar absolutamente replegado para jugar de contragolpe. Ante todo, Bruce Arena impuso la jerarquía individual dándole libertades a los “nombres” dentro de un marco de orden básico.
Durante la última década, ese estilo caducó hasta que, de alguna manera, el Inter Miami, de Messi, Suárez, Busquets y Alba, lo reflotó con la variante de las exigencias que hoy demanda la MLS, junto a la convicción de sus dueños y dirigentes de sumar en el plantel a jóvenes con gran presente y mejor futuro. Además, tiene como técnico al gran Tata Martino, quien supo revolucionar la MLS consiguiendo un título con Atlanta United en 2018, en la segunda temporada de la franquicia. Y más que eso: impuso un estilo dominante al lograr que un equipo nuevo fuera grande en poco tiempo.
La coronación de Ronny Deila con NYCFC en 2021 bien podría ser considerada como un proceso corto y ganador. El noruego sólo estuvo dos años en el club, pero el City ya venía trabajando un estilo de juego marcado por Patrick Vieira y Domènec Torrent: salida prolija desde el fondo, posesión, foguear a jugadores jóvenes del grupo City y sumar a alguna pieza clave de jerarquía como Maxi Moralez.
A partir del 2015 el fútbol emelesero del Noroeste demostró que para ganar no se necesitaban superestrellas. Se podía ir por un camino diferente y confiar en jugadores jóvenes, pero ya formados, talentosos y competitivos, que dejaran una huella en la historia de la liga. Portland Timbers y Seattle Sounders estuvieron presentes en siete de las últimas diez MLS Cup finals. Brian Schmetzer, Caleb Porter y Giovanni Savarese, con sus matices, impusieron un estilo de ataque rápido con su 4-2-3-1, respetando la posición del enganche clásico como enlace entre una defensa en general replegada y con equipos ávidos para sacar ventaja en cada pelota. Aprovechando el apoyo de su gente, hicieron de sus estadios verdaderas fortalezas de las cuales llevarse un punto era digno de festejar como victoria.
Pero déjenme comentarles que, a pesar de haber sido un protagonista feliz de ese dominio del Lejano Oeste, durante esa “ola verde” irrumpió el Toronto campeón 2017, de Greg Vanney –hoy director técnico del LA Galaxy–. Al menos a mí, me emocionaba ese equipo porque apostaba al dominio de la pelota, del terreno y de la alegría para buscar el arco rival. Atacaba por todos lados y con mucha gente. Hacía funcionar la línea de cinco en el fondo, no para acumular bulto en su área, sino al revés: para ser protagonista, apostando a jugar con mediocampistas todos creativos –Víctor Vázquez, Osorio, Delgado y Michael Bradley– para abastecer a la dupla Jozy Altidore-Sebastian Giovinco. Esto lo hacía un equipo nada especulativo, lo que incluso le costó dos finales.
En ese momento empecé a sentir que “el cómo” ganar era el futuro. No sólo dejar títulos y recuerdos felices, sino también una semilla para sembrar nuevas plataformas de juego. El equipo que le siguió los pasos fue el LAFC de Bob Bradley y Carlos Vela, que entre el 2018 y el 2020 también consiguió dominio y frescura sobre sus rivales, sin especular, aunque no pudo ganar la MLS Cup. Los laureles aparecieron en el ciclo de Cherundolo en el 2022, con un estilo diferente. Un equipo que sumó nombres como Gareth Bale y Chiellini, jugó compactando el espacio hacia atrás y clavó un tridente ofensivo veloz para contragolpear. Estilo que todavía sostiene y que lo ha llevado a jugar la final de Leagues Cup 2024 y dos MLS Cup final consecutivas (2022-2023). Sin embargo, a pesar de seguir sumando campeones del mundo como Hugo Lloris y Olivier Giroud, tiene como verdugo al Columbus Crew de Wilfred Nancy.
Si me apuran, diría que hay bastante de ese Toronto de Vanney en el Columbus de Wilfred. Nancy lleva sólo un año y medio en Columbus, en los que ganó dos títulos: MLS Cup 2023 y Leagues Cup 2024. Además, perdió la final de Concacaf este mismo año en México. Es díficil encontrar un proceso tan exitoso en ese lapso, pero el genio francés conocía muy bien la Major League Soccer tras su paso en CF Montreal y supo desplegar su magia en el lugar que le abrió los brazos, al comprender que el estilo es tan importante como ganar.
Ahora Columbus es el que más gana. Porque tiene los títulos y tiene la forma. Tiene a los jugadores, a los dirigentes y a los hinchas convencidos de “cómo” hacerlo. No es un diamante en bruto, es una joya bien trabajada que brilla en las coronas. El mismo diamante que impone en cada sector de la cancha para tener la posesión de la pelota, un equipo superconectado e intenso, que domina como pocas veces vi en la liga. En el afán de pulir su diamante, no respeta al rival de turno. Ese “ensimismamiento” lo hizo perder poco y nada en el “mata-mata” de playoff.
Ganar o ganar. Ésa es la cuestión. Pero ¿cómo hacerlo?, ¿qué factores influyen en la victoria? La temporada en la Major League Soccer se define con partidos únicos de eliminación, por lo que es fundamental llegar entero a esa parte del año. No me gusta mucho hablar de lo físico separado de lo futbolístico, pero en este caso aplica porque Estados Unidos es un país enorme, con diferentes climas y horarios, y eso juega para levantar la MLS Cup en diciembre, después de diez meses de trabajo, contando la pretemporada. Viajar en avión todo el año es duro, incluso si se viaja en charter. Por eso, tener un plantel que llegue sano hasta el final y juegue a buen nivel las últimas fechas de la temporada regular aventaja para competir hacia la MLS Cup final. Esta faceta específica puede incluso superar el hecho de tener un mejor grupo de trabajo, un estilo bien lucido o una jerarquía superior.
Con este simple texto, espero haber estado a la altura de revelarles, aunque sea un poco, el misterio de cómo se gana la MLS, aunque sea difícil predecir quiénes podrán llegar a la final. De no haber cumplido el objetivo, creo es lógico: quizás por eso todavía no me pagan por escribir. Aunque ya llevo varias columnas y me la estoy creyendo. Empiezo a sentirme medio profesional en la materia, no voy a mentirles. Guardiola dice que un requisito fundamental para competir a primer nivel es el ego. Se ve que para escribir es igual, a pesar de que yo todavía no haya ganado nada. Todavía. Paso a paso, palabra a palabra.