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Diego Valeri | Lectura de juego: Puentes

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La primera vez que pisé Portland estuve sólo dos días para hacerme la revisión médica antes de firmar el contrato con la Major League Soccer. En su vieja camioneta me recibió Nick Wald, el encargado del staff médico del club, y del aeropuerto fuimos directamente a hacer esos estudios. Después lo acompañé a buscar a su hijo al kinder, antes de que me llevara al hotel.

En todo el día no paró de llover ni un minuto, pero no supe cómo preguntarle a Nick si el clima en la ciudad sería igual todo el año. Intenté hacerme entender, y creí haberlo logrado. Quizás dije cualquier cosa o él no quiso, ya de arranque, darme malas noticias de su amado Portland. Con el poco inglés que había aprendido en la secundaria, me las ingenié para sacar alguna conversación robusta, pero me fui preocupado a la habitación del hotel, pensando cómo iba a comunicarme con mis compañeros y con el cuerpo técnico para que las cosas funcionaran en la cancha. Empezaba el 2013, yo tenía 26 años.

La mañana siguiente, de vuelta al aeropuerto, Portland seguía gris y mojada. Iba pasando con el taxi por encima del río Willamette y, a pesar de tanta nube, la ciudad se veía hermosa. El sentimiento sobre el puente me dio ánimo para volver con alegría, unas semanas más tarde, a hacer historia en el Lejano Oeste. Tenía miedos, incertidumbres, sueños. Son condimentos del juego y de la vida, por eso se parecen. Salir a conocer el mundo nos fuerza a ser mejores y a madurar. A los clubes y a los futbolistas. Cuando se presenta ese privilegio, hay que aprovecharlo.

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La Leagues Cup es fundamental para todos aquellos equipos que necesitan más roce continental. Así les toque jugar sólo los dos partidos de grupo, es la oportunidad para medirse contra los clubes que históricamente viven esa experiencia todos los años. Sin dudas, en mi carrera como futbolista, los torneos continentales que jugué fueron los que más me hicieron crecer como profesional. Tienen la magia y el atractivo de ser especiales, de eliminación directa, fuera de lo cotidiano; además, te enfrentan a futbolistas que aprendieron a jugar en otras calles.

Difícil que no enamoren. Los viajes y los partidos extras pueden ser agotadores, pero al final te renuevan; aunque vuelvas a lo mismo de siempre, ya no sos el mismo. Nunca pude ganar un torneo internacional, pero fue algo que deseé con todo mi corazón desde la primera vez que jugué la Copa Sudamericana con Lanús, en México, en 2006, frente al Pachuca de Calero, Christian Giménez, Damián Álvarez y “el eterno” Gabriel Caballero.

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Se “juega como se vive”, afirma el dicho popular. Aunque esta máxima pueda tener su excepción, en general se cumple. Es evidente la diversidad de estilos entre los equipos de la LIGA MX y los de la Major League Soccer. El estilo de fútbol mexicano es más pensado, criterioso y con presencia en el mediocampo. El estilo “emelesero” es más vertiginoso, directo y menos especulativo, incluso cuando uno observa a equipos de diferentes estados. La diversidad también puede notarse en el armado de los planteles, la elección de los cuerpos técnicos y el aliento de sus hinchadas. Todo se vuelca hacia la competencia, algo que extraño más que nada en la transición de jugador de fútbol a mi nuevo rol de comentarista. Paradójicamente inicié este oficio con la primera edición de la Leagues Cup a mitad del año pasado. Ahora, compitiendo contra mis palabras, descubro que el idioma también es una forma de vivir.

Los primeros partidos de la Leagues Cup me tocó analizarlos al costado del campo, participando del show de “La Previa” y “El Resumen” para el MLS Season Pass de AppleTV. Me dispuse a estar atento a cada detalle táctico, a las propuestas de los directores técnicos, a los gestos de los jugadores y a las sociedades que nacen espontáneamente en los equipos. No deja de sorprenderme cómo en unos minutos la pelota conecta a un finlandés y a un argentino como si se conocieran de toda la vida.

Además, necesitaba estar pendiente del análisis minucioso de cada partido, porque quería estar a la altura de las circunstancias: mi primera vez en la tele, millones de personas mirando el torneo y los jefes tomando nota para que todo saliera de maravillas. Fue entonces cuando la Leagues Cup empezó a educarme en este rubro y, de arranque nomás, hundió mis anotaciones tecnicistas para remover las entrañas de mi alma futbolera. Porque desde estas tierras, el mundo entero vio uno de los eventos más hermosos que puede presentar el profesionalismo. No estoy hablando ni del debut de Lionel Messi en Estados Unidos contra Cruz Azul, ni de su tremendo golazo de tiro libre, esa misma noche, con el que le dio la agónica victoria a un Inter Miami desvalido. Me refiero al abrazo de gol de Lionel con sus hijos; de la sonrisa de un niño en la cara del campeón del mundo, el más campeón de todos. Las imágenes hablaron el idioma universal.

No creo que valga la pena discutir qué Liga está mejor en la actualidad, aunque pueda ser una charla divertida para embromar a amigos en un almuerzo. Cada uno va haciendo su camino y aporta el picante o la barbacoa al fútbol de Norteamérica. Eso sí, la rivalidad entre equipos de la LIGA MX y la MLS les sirve a los dos. La primera edición de la Leagues Cup y lo que llevamos de la segunda edición bajo el actual formato demuestra que jugar de local, en sus estadios, en el lenguaje conocido del pique de la pelota, favorece a los equipos angloparlantes. Además, llegan con mejor ritmo, pasando la mitad de la temporada regular, mientras que los mexicanos sólo llevan cuatro partidos del Torneo Apertura. De todas formas, es evidente que empieza a notarse la calidad de los planteles que consolida la Major League Soccer, a pesar del límite de salario, que claramente favorece a los equipos que más invierten: América, Monterrey y Tigres.

Voy redactando esta columna en vuelo a Houston para cubrir el partido entre Tigres vs. Inter Miami, por la segunda fecha de la fase de grupos. Escribo en el aire porque el avión me libera las palabras. Miro hacia afuera, el cielo limpio y oscuro deja ver pulmones de tierra iluminados. De noche, desde arriba, es imposible distinguir por dónde sobrevuelo. Las ciudades conectadas por luces y autopistas son parecidas. Aparte, voy medio dormido, porque es un vuelo overnight y el jet lag abomba.

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Me apoyo contra la ventana y, mientras las luces van desapareciendo, puedo verme aquel día en que volví desde Buenos Aires a Portland, ya para iniciar la pretemporada del 2013. Me veo bajo la lluvia en nuestro primer entrenamiento, tirando una pared con Darlington Nagbe, el fenómeno drafteado de la Universidad de Akron, derribando las barreras del idioma con el puente del juego. Me veo llorando por el pasillo del Estadio Azteca, derrotado por las Águilas del América en mi último torneo continental con Portland Timbers. Y ahora estoy en una cabina de transmisión, festejando, rodeado de papelitos. ¿Qué pasó? Levanto el trofeo de la Leagues Cup hacia la hinchada. Sonrío. De repente me tocan el hombro: “estamos por aterrizar, fasten your seat belt, please”, me dice el capitán de abordo.