Diego Valeri habla de un terreno y de un clima que conoce bien: los playoffs de MLS. La música del mitico Charly García lo descubre reflexionando sobre credos, y dogmas de fe que -incluso en el fútbol- es que aceptar. El fútbol, en la pujante MLS o en una cancha improvisada en cualquier pueblo de Latinoamérica, necesita de que creamos, de que estemos convencidos de que las hazañas más imposibles se pueden cumplir. Creer o reventar, para algunos. Fe en que el ritual colectivo y la adrenalida que corre por muchos cuerpos al mismo tiempo es capaz de operar para conseguir el resultado buscado. Dar el salto al vacío, y creer. La postemporada de MLS tiene mucho de eso.
Credo
Diego Valeri
Llegaron los playoffs y me toca comentar el partido entre Inter Miami y Nashville SC. Estoy en Sarasota por unos trámites personales, entonces lo más práctico es ir hasta Fort Lauderdale en auto. Apenas subo, antes de enlazar mi teléfono al bluetooh, suena fuerte una FM religiosa a pura alabanza. Bajo el volumen. Conecto el Iphone, pongo Mapas y veo que tengo tres horas de trayecto. No está mal; la ruta parece ser lineal, pero el clima viene complicado. Dios quiera que no me agarre un diluvio porque las tormentas tropicales acá en Florida te enceguecen.
Después de unas millas, se terminan los semáforos y arranco derecho por la autopista. La primera canción que suena es “Rezo por vos”, de Charly García: “Lo dejé todo por esta soledad”. Su disco Parte de la religión es el copiloto perfecto. Igual siento intriga por escuchar la música de la radio que me dio la bienvenida, esa alabanza pop que se me quedó en la cabeza. Prendo y me decepciono al oír a un locutor hablando en inglés, predicando alguna cosa que no alcanzo a descifrar. Parece que intenta imponer reglas de una iglesia o algo así.
Vuelvo a Charly, y mientras voy a puro canto desafinado, pienso: ¿qué es lo determinante para que un grupo de personas se consideren bajo un mismo credo? Quizá sea el hecho de ponerse de acuerdo en algunos temas (no tantos, aunque unificadores) y así poder disentir en todos los otros. Esas pocas cosas en las que estamos de acuerdo tienen que ser sólidas, e incluso inentendibles: dogmas que constituyen la fe para desde esa plataforma pensar lógicamente toda la vida.
En el fútbol es igual. Hay que creer en algunos dogmas para que funcione nuestro corazón. Para disfrutar, emocionarse, pelear, llorar, transitar la gloria y el fracaso. Uno de ellos es que jugar es lo más importante en esta vida. Otro dogma es que no sólo de pan vive el hombre. Y, por último, que el fútbol es el deporte más hermoso de este planeta.
Cuando llegué a la Major League Soccer, me encontré por primera vez con el sistema de playoffs para definir al campeón del torneo norteamericano. Me parecía una novedad —un poco injusta tal vez— hasta que me contaron que era parte de la religión deportiva de los Estados Unidos. A nivel profesional todas las ligas tienen ese sistema: la NBA, la NFL, la MLB.
El primer año lo viví con intensidad, y de hecho pudimos llegar a la final de la Conferencia del Oeste. Con el tiempo pasé a tener inconvenientes con la religión de los playoffs, así como cualquiera tiene dudas con su religión en algún momento. Play significa “jugar”, y ¿off? Puede significar tantas cosas. Esa forma de definir un éxito ponía en jaque el sentido del juego, pero ¿acaso el juego no es vivir un momento como si fuera único e irrepetible? Me parecía injusto que toda una temporada de esfuerzos se esfumara por un mal primer tiempo, una pelota en el palo, un error arbitral. Es verdad que a veces la injustica nos puede favorecer.
Un tiempo después, llegando al final de mi carrera en Portland Timbers, comprendí que el hincha necesita ese momento adrenalínico tras un año monótono. El playoff le brinda una pizca de sal, un sabor diferente, que hace que la vida del fútbol, de la MLS, cobre un tono más humano. El hincha es lo más humano de este mundo sagrado que es el fútbol, el que expresa los sentimientosmás genuinos, el cambio de emociones, el que aguanta, el que espera. Se merece un momento así.
El escritor argentino Alejandro Dolina dice que, para que la magia funciona, cuando uno entra al estadio para ver un partido de fútbol, tiene que creerse que eso es verdaderamenteimportante, lo más importante del mundo. Adentro de ese campo de juego, adentro de ese estadio, vive la única vida posible. Eso, de alguna manera, es un inconsciente que debe coexistir, porque, si no, no se puede entender cómo el hincha despliega esa pasión, teniendo en cuenta que en ese mismo momento pueden estar pasando cosas tremendas: enfermedades, guerras, catástrofes, hambre, el abandono y la soledad de este Planeta.
Ese es el estado mental que nos exige el tiempo de playoffs. Tenemos que creer que podemos ser campeones, sí, podemos serlo. Aunque hayamos salido octavos en la temporada, incluso novenos, y estemos con lo justo, con menos plantel que el rival de turno. En nuestro mejor momento o en el peor momento, con buena o mala racha. Vamos a enfrentar la situación creyendo que el playoff nos va cambiar la vida en cinco o seis partidos.
Recuerdo el final del 2014. Era mi segunda temporada, y no ingresamos al playoff. En las últimas fechas, antes de salir a la entrada en calor, escuchaba el rosario en latín: “Pater noster, qui es in caelis…”, “Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum…”. Venía de una operación de pubalgia y no sé qué me había pasado, pero ese credo, esa música, me ponía en un estado mental único. El último juego de ese 2014, no sólo quedamos afuera del playoff, sino que me rompí el ligamento cruzado. Pater noster, Ave Maria… Misteriosamente creía que la lesión tenía algúnsentido, y eso que no me considero entre los que piensan que lo malo es bueno. Algo en mi cuerpo no estaba funcionando y había que descubrirlo. De cualquier manera, “me abracé al dolor”: confiaba en que llegaría una compensación. Realmente lo creí.
A medida que iban pasando los partidos de los playoffs 2015, con ese doble poste en la tanda de penales contra Kansas City, supe que íbamos a ser campeones. Antes de ver, hay que creer. Ese fue el secreto que pude trasladar al vestuario de los Timbers: debíamos creernos campeones antes de serlo. Ese es la magia de los playoffs de la MLS. Y quizás, también, la magiadel éxito en la fe.
Creer es un salto al vacío, una certeza a ciegas. No hay que hacer locuras y creer sin ningún tipo de garantías. Uno puede saltar al vacío, pero llevar el paracaídas puesto. Yo había experimentado esas sensaciones. Me había pasado en Lanús, también en Europa, y pude traducirlo al vestuario de Portland. Lo fundamental era convencer, no con las experiencias, porque las experiencias son siempre personales, sino contagiar esa motivación que genera “creérsela” en el buen sentido.
Los playoffs se deben jugar así. El primer partido siempre es determinante. Porque es un campeonato diferente, y porque casi como en ningún momento del año, la emoción y la confianza, tanto como la inteligencia y la táctica, juegan en toda la cancha. El ánimo hace resplandecer las otras virtudes.

Los candidatos siempre son los que mejores jugadores tienen, los que mejor juegan. Pero en los partidos de eliminación no gana el mejor; hay que superar al rival ese día, en esa pelota, en ese cruce, en ese cierre, en esa definición. Hay que ser mejores en la espera de lo que viene. Lo que pasó en la temporada regular o lo que pasó históricamente en tu carrera puede ayudar, es cierto, pero la fuerza del presente es mucho más poderosa. En el fútbol hay que creerse tan bueno como para tocar la gloria, para estar ahí donde juegan los dioses, y tan santo como para aceptar una humillación. Hay entender que, a la gloria, sólo se llega por la fe. El playoff oficia como un sacramento que nos permite tocar lo intocable, que se haga cercano lo que está bien arriba.
El GPS marca el último tramo. Al final, tuve suerte y no llovió. La autopista se hunde en el mar. Mueren las horas que transité. Bajo el volumen de la música, abro la ventanilla y escucho las olas que traen un aire distinto. La brisa me pega en la cara. El mar aterroriza e ilusiona. Veoun barco cerca de la línea del horizonte, lleva un símbolo parecido al de la MLS Cup, pero desde el auto, en movimiento, no alcanzo a distinguirlo. Me inquieta saber qué será. Para verlo del tododebería detenerme, entrar al agua, sumergirme en lo profundo, en lo definitvo, en los playoffs.
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