Voces: Diego Valeri

Inter Miami, el orgullo y el prestigio en el Mundial de Clubes, por Diego Valeri

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Inter Miami CF desafía la lógica y carga el estandarte de la legión de MLS en el Mundial de Clubes. De cara al partido de Octavos de Final en el Mundial de Clubes (domingo, 12:00 ET - DAZN) ante nada más y nada menos que el PSG, Diego Valeri desgrana en su columna a 'las Garzas' y sus máximas figuras, además de sus opciones de trascender todavía más en el inédito torneo global para 32 clubes que se juega en Estados Unidos.

Estas 'Garzas gladiadoras' cargan con el orgullo y el prestigio de toda una liga, superaron con éxito la fase de grupos, y ahora exploran los límites de la competitivad en la más alta exigencia.

Orgullo y prestigio

Es una bendición que en los estadios modernos no tengamos que sobrevivir ni ganarnos la libertad, pensaba hace unos días desde la segunda bandeja del Coliseo Romano, mirando la arena donde los gladiadores luchaban por su vida. Gracias a Dios, el deporte en general y el fútbol en particular, ocupan un espacio casi salvador en el mundo de hoy: al pueblo solo le alcanza con que juguemos a algo.

También pasé un día en Nápoles y cada esquina del Quartieri Spagnoli me convenció de que tanto en la vida como en el fútbol se necesitan momentos épicos y personajes heroicos que nos recuerden para qué vivimos. Entre las banderas, los cuadros y los murales de Maradona, me invadió un orgulloso sentimiento futbolero; el que hace del mundo un lugar más bello, más emocionante. La historia y sus hitos van atados al tiempo. Es por eso que se escriben, se guardan y se transforman deslizándose en una constante eterna, misteriosa, que vaya a saber uno cuándo se detendrá.

Si me notan un poco místico, no vayan a creer que fue el delirante calor del asfalto napolitano, es que por las calles angostas y adoquinadas de Italia es imposible evadirse de las cúpulas, el arte y los dioses que se te vienen encima como un defensor que te persigue mano a mano por toda la cancha y nunca te pierde de vista. Como debe ser, como se juegan los partidos importantes, esos que nos definen y dan el prestigio de los altares. Así es como se está jugando el primer Mundial de Clubes en América.

No puedo decir que Europa esté conmocionada por este torneo que se juega del otro lado del océano y al que no le ayuda el cambio de horario, pero en algún que otro bar italiano, las pantallas transmiten los partidos despertando insultos o gritos de gol. Lo cierto es que ahora vienen las instancias finales, entonces la cosa se pone interesante. El Inter de Messi va a jugar contra el PSG, vigente campeón de Europa, y se encienden más alarmas en la madrugada del viejo continente. Cualquiera presumiría que el “David rosado” de la Florida no va a sobrevivir frente al “Goliat francés”, pero Inter Miami demostró en la fase de grupos que puede hacer historia y va a pararse de frente a competir con nobleza, inteligencia y amor propio.

El camino del equipo de Javier Mascherano tuvo final feliz en la zona de grupos, pero el inicio dejó obvias críticas después del empate a cero ante el Al-Ahly de Egipto. Eran obvias porque hablar de estos héroes del fútbol mundial siempre levanta clicks y views, sobre todo cuando ellos resbalan, caen en la arena y se les puede pegar en el piso —código poco noble que incluso sería mal considerado en la Antigua Roma— pero no quiero ser prejuicioso, y mucho menos atentar contra la libertad de opinión. Además, estoy convencido de que la mayoría de los críticos no atienden demasiado el desarrollo del juego y sus pormenores. Los moviliza la noción de que si juegan Messi y compañía, deben ganarle así nomás a un equipo de Egipto, país donde se hacen unas pirámides bárbaras, pero el fútbol deja mucho que desear. Este juego es fácil de analizar y difícil de conocer. Antes de hablar a las corridas, podríamos detenernos a pensar que del fútbol egipcio pueden salir talentos como Mo Salah, Mohamed Aboutrika, Hossam y Ahmed Hassan o el propio Mahmoud “Trezeguet” —titular del Al-Ahly— y que tranquilamente los egipcios pueden hacerle cuatro goles al FC Porto y eliminar al Dragão del torneo.

Miami enfrentó al mismo Porto que esta vez lamentó el poder de fuego del mejor jugador del mundo, Lionel Messi, quien con su gol de tiro libre, dio vuelta el resultado para el definitivo 2-1. El diez ya nos acostumbró a normalizar esta clase de goles, a pesar de que cada uno de ellos es una obra de arte novedosa: los ojos atentos a la posición del arquero, la parada, el apoyo del pie derecho a centímetros de la pelota, la leve descarga asimétrica del cuerpo en el momento del impacto, el golpeo envolvente y seco de su pie izquierdo, el efecto del disparo como un bailarín que se estira y se aleja de todo para abrazar la red.

Esa victoria en el segundo partido de grupo del Inter Miami frente al equipo portugués ya podría haber sido considerada una épica digna de guardar en los libros de este joven fútbol norteamericano, pero ¿quién creería que las almas que hoy comandan al equipo más sudamericanizado y rioplatense de la MLS quedarían satisfechos sólo con una gran victoria? Es peligroso tocarle el orgullo a esta clase de luchadores.

Cierto es que en el tercer partido, frente a Palmeiras, a Miami le costó sostener el ritmo, el nivel y el resultado, que Óscar Ustari terminó siendo una de las figuras con dos atajadas espectaculares, pero el equipo de Mascherano estuvo ganando con autoridad por dos goles durante ochenta minutos, enfrentando a uno de los equipos más grandes y de los que más invierten en Brasil. Párrafo aparte para el emocionante gol del pistolero Luis Suárez, lleno de amague, gambeta y potencia.

Más allá de la pesimista expectativa general del “van a ganar siempre los mismos” y del “a los equipos de la MLS todavía les falta”, Inter Miami se impuso a los prejuicios con fuerza, honor y fútbol. Claro, no faltará quién diga: “Lo que pasa es que Messi, Suárez, Busquets y Jordi son de otro nivel, tienen jerarquía europea aunque ya estén grandes”. Sin duda, pero ahora defienden orgullosamente la camiseta del Inter Miami y al plantel de un fútbol desprestigiado en boca de la mayoría. Ellos eligieron estar acá por múltiples, soberanas y diversas razones. Peleando por acrecentar el prestigio del soccer, nos representan mejor que nadie y el pueblo emelesero se los agradece de todo corazón.

El año pasado, en uno de mis viajes a Miami, tuve el privilegio de entrevistar a Gerardo Martino. En aquel tiempo, el Tata era el director técnico del Inter Miami y, bajo su mando, el equipo conquistó la primera edición de Leagues Cup y el Supporters' Shield 2024 (con récord de puntos cosechados en una temporada regular) Le pregunté si él pensaba que algún equipo de MLS tenía que hacer “una épica”, “un milagro deportivo”, ganar un torneo internacional de los llamados “importantes” y de esa manera sacarse el rótulo de liga menor para ser considerado entre los mejores. Se lo pregunté porque así lo siento yo. Hasta hace poco soñaba con llevar a Portland al Mundial de clubes, quizá vencer a un rival como el PSG o el Real Madrid y sacarlo campeón del mundo. No se dio, pero deseo que alguna vez suceda a cualquiera que tenga una camiseta de la MLS. Capaz que se da el día menos pensado. Aunque Martino, con una serenidad y sapiencia digna de Marco Aurelio, me respondió: “Los títulos vendrán con el tiempo. Un resultado de esa magnitud será una consecuencia del proyecto de crecimiento del fútbol norteamericano más que algo aislado”, remató.

En una de esas, tenga razón el Tata y yo tendré que dejar de lado mis sueños de victorias épicas jugando en un Coliseo repleto en contra o esperar que Miami mañana golee al PSG.Ordenar mis falsos orgullos y no pagar con la misma moneda; abandonar los cómodos prejuicios que tanto disgustan a los dioses. Al menos a los míos. Estoy dispuesto a dar esa batalla interna que seguramente me hará libre. Todo sea por dignificar y embellecer este deporte, esta vocación que la historia encomendó.

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